El tiempo se detuvo una vez en un valle, y desde entonces no ha vuelto a fluir. Dicen, aquellos navegantes que a la deriva navegaron hacia una isla misteriosa, que existe un valle en el que la muerte no es capaz de tejer sus hilos de oscuridad.
Allí, donde la sangre no fluye y las heridas se curan solas, donde la tristeza agoniza y se derrite como una gota de rocío, una vez en una época remota unos hombres trajeron la muerte y la desesperación.
Desde entonces la entrada ha permanecido oculta y prohibida a cualquier ser humano que sintiese anhelos de encontrar la felicidad que en esa isla yace escondida, ya que el precio por penetrar el lindar que separa ambos mundos es la muerte.
Era tanta esta necesidad de propagar sus hazañas que decidieron cometer el mayor error de sus vidas: llevarse las piedras preciosas que brotan de los árboles del valle esmeralda y que dicen que son creadoras de vida y que dotan de la inmortalidad a todo aquel que las toque.
Se dice que fue tanta la desesperación que sintieron al ver todo su mundo destrozado que unos optaron por matarse y otros por regresar una vez más al valle esmeralda del que habían robado las gemas celestiales.
Al llegar a la isla que tantos malos les había causado trataron de beber de las aguas eternas que manan de fuentes inmortales y que calman las penas y la tristeza, pero no sintieron más que frío y desolación.
Fue entonces cuando decidieron arrancarse el corazón, fuente de todos sus sufrimientos, y vivir eternamente en un mundo en el que
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